1 Juan 4:16-21
“La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar. Nosotros amamos a nuestros hermanos porque Dios nos amó primero. Si decimos que amamos a Dios, y al mismo tiempo nos odiamos unos a otros, somos unos mentirosos. Porque si no amamos al hermano a quien podemos ver, mucho menos podemos amar a Dios, a quien no podemos ver. Y Jesucristo nos dio este mandamiento: "¡Amen a Dios, y ámense unos a otros!" (vv. 18-21).
El amor cristiano se caracteriza porque es en dos direcciones: amamos a Dios y amamos al hermano; en ese orden.
El apóstol Juan declara que el amor a Dios a y los hermanos no son mutuamente excluyentes sino por el contrario son mutuamente complementarios, el uno no se da sin el otro. Primero es el amor a Dios, él es nuestra fuente de amor que nos conecta con los hermanos. Luego viene el amor a los hermanos que es una consecuencia inmediata que surge de la naturaleza de Dios de tal manera que resulta imposible que alguien diga que es de Dios y no ame a su hermano. Este amor al hermano resulta siendo complementario al amor de Dios en tanto es una evidencia de que realmente Dios está en nosotros.
Es interesante lo conveniente que resulta en la práctica afirmar que se ama a Dios pero a su vez no llevarse bien con el hermano. Obviamente no es una costumbre moderna, siempre ha habido en la iglesia quienes han buscado deshacerse de su amor al hermano porque ciertamente les resulta más fácil amar a quien no se ve que al que se ve, cosa absurda a la lógica mental del apóstol y a la Palabra. Razonamiento mentiroso dice Juan, así que obedeciendo a su enseñanza y al mandamiento: ¡Amemos a Dios y amémonos los unos a los otros”.
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