1 Pe.5:1-11
"Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” (v.6).
La humildad es un mandato. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento lo enseñan así. Lo hacen a través de todos los géneros literarios en los que se encuentra escrita. Por si fuera poco nos ofrece varios ejemplos de hombres en los que estas palabras hallaron eco a causa de su obediencia, también los hay de aquellos que tuvieron una actitud totalmente distinta, es decir, fueron soberbios.
¿Cómo definir la humildad? Pedro dice que es ponerse voluntariamente bajo la autoridad de Dios. Es una decisión, no una obligación ni tampoco un acto de resignación. Esta decisión es motivada por la confianza en un Dios sabio y amoroso. “No hay mejor lugar que las poderosas manos de Dios” es la profunda convicción en el corazón del humilde. Ahora bien, esto se expresa en acciones en las que nos resolvemos esperar que sea Dios quien nos exalte en lugar de buscar nuestra propia exaltación. No hacerlo así es dejar los límites de la humildad para ir al terreno de la soberbia.
¿Qué es lo que más nos cuesta a los hombres? No tomar las cosas en nuestras manos, queremos tener el total control de las cosas. Eso es jugar a ser dioses, es ponerse de lado de Adán y Eva. ¿Entiendes por qué la humildad va en sentido contrario?
La humildad es un mandato. Cada uno decide qué hacer con ello, sin embargo, si estás dispuesto a obedecerlo: Dios te exaltará cuando fuere tiempo. ¿Cuál será tu respuesta?
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