Mateo 7:7-8
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
Usualmente hemos interpretado este texto como que Dios está al otro lado de la puerta mirando por la rendija o escuchando nuestra voz para luego hacerse el desentendido. La oración vista de esa manera resulta ser tediosa e insoportable, como cuando vas al Hospital del Seguro y tienes que soportar horas tediosas hasta que por fin eres atendido. ¿Quién quiere esto?
Pero todo esto es ajeno a lo que nuestro texto nos enseña. Nos habla de un Dios que nos va a dar la bienvenida, que abrirá, que no se esconderá y que sobre todo dará lo que le pidamos. Él nos invitará a sentarnos y nos escuchará con mucha atención, y claro exigirá también la nuestra a fin de que nos podamos poner en armonía con su voluntad. Creo que nuestro problema pasa precisamente por aquí. La oración no es un mero trámite como cuando vamos de prisa a pagar una deuda o un tributo, queremos llegar y salir de prisa e incluso hasta el cajero se nos hace antipático. Debemos creer que Dios nos abre la puerta para conversar con él.
Entonces las cosas resultan diferentes, las vemos diferentes, los resultados serán diferentes. Recordemos al orar…Él abre las puertas… tenemos puertas abiertas.
(Escribiendo desde Iquitos… sus oraciones)
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