“El Señor ha escondido su rostro del pueblo de Jacob, pero yo esperaré en él, pues en él tengo puesta mi esperanza” (Isaías 8:17)
Dios esconde su rostro. Palabras que expresan una circunstancia en la que Dios permanece en silencio, en una demasiada quietud al punto en que mientras a nuestro alrededor nuestras circunstancias nos toman por el cuello y nos asfixian, Dios no aparece por ningún lado aunque nuestras palabras hayan sido una y otra vez: ”Señor, ¿dónde estás, acaso no sabes que te necesito?”.
Suele dejarnos perturbados que una cosa como esta nos ocurra, pero debemos aceptarla como una realidad propia de la vida, aun posible para los grandes hombres de Dios. No, no se trata necesariamente de que esto nos pase porque andamos mal delante de Dios y necesitamos ser disciplinados. Confieso que me gustaría tener toda la explicación, pero la Biblia simplemente lo llama “Prueba”. Otros le han puesto diversos nombres para explicar la sensación que se percibe en estos tiempos: “la noche oscura del alma”, “el ministerio de la ausencia”, “el invierno del corazón”. Sí… Dios esconde su rostro.
¿Qué hacemos cuando esto nos sucede? Isaías, el profeta de Dios, quien describe la oscuridad por la cual pasaría el pueblo de Israel nos brinda la perfecta solución: “Yo esperaré en él, pues en él tengo puesta mi esperanza”. Sí, lo único que tenemos que hacer es fajarnos bien los cinturones con el cinto de la fe y afirmar nuestra confianza en que Quién es él y en las promesas que tiene para nosotros. Para nosotros creyentes del Nuevo Testamento, una de las más valiosas es aquella en la que nos dice: “Nunca te dejaré ni te desampararé” (Hb.13:5).
Que no nos tome por sorpresa estos tiempos. Si, Dios a veces esconderá su rostro, pero él espera que tú atravieses este tiempo de aparente soledad aguzando tu mirada a través de la fe. Sí, esperemos en él.
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