lunes, 30 de mayo de 2016

EN EL ALTAR DE DIOS

Romanos 12:1-8
“Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (vv.1-2) 
El adorador del Antiguo Testamento tras expresar su profundo quebrantamiento llevaba su animal y lo presentaba ante el sacerdote para ser llevado por éste ante el altar. Allí tras una breve ceremonia, él observaba como el animal era consumido por las llamas convirtiéndose en una ofrenda que traía satisfacción a Dios de tal modo que su relación con Dios quedaba restaurada. Obviamente esto era lo que le ocurría al adorador sincero. La figura que el apóstol Pablo nos presenta para el Nuevo Testamento es completamente distinta. Aquí el adorador en virtud al sacrificio único desarrollado por Cristo, tiene que voluntariamente subirse al altar para ser consumido como sacrificio vivo delante de Dios, convirtiéndose él mismo en una ofrenda agradable delante de Dios. Interesante, ¿verdad? Pero quizás también confundido con todas estas palabras. De lo que se trata esto es que nuestras vidas sean consumidas por la absoluta entrega de todo lo que somos al servicio de Dios. Es morir para mí mismo, pero vivir para Dios. Es esta la paradoja que convierte al hombre en una ofrenda agradable para Dios. Y todo ocurre allí en el altar de Dios, en el lugar de su presencia. ¿Quieres vivir? Debes morir, ¿quieres morir? Debes vivir allí en el altar de Dios.

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