Lucas 22:39-46
“Padre, si quieres, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (v.22:42)
Conozco dos formas de orar que están relacionadas con la voluntad de Dios. El primero tiene que ver con el orante que busca conocer la voluntad de Dios para su vida. Con una buena disposición y una gran expectativa inicia este recorrido y se siente alentado porque sabe que en definitiva la hallará. Éste sabe que la voluntad de Dios es siempre agradable, buena y perfecta.
Está la segunda forma en la que el orante conoce la voluntad de Dios y la primera sensación que tiene es “ups esto no me lo esperaba” y entonces tras recorrerle un sudor frío por la espalda empieza a evaluar el costo dándose cuenta de que todo esto le saldrá en definitiva muy caro. Es el momento en que incluso se pregunta si tal vez hubiera sido mejor no lanzarse en la carrera de buscar la voluntad de Dios ya que ahora no le parece tan agradable, buena y perfecta.
El Señor se hallaba en esta segunda situación. No que él no creyera que la voluntad de Dios sea la mejor, pero sí en el sentido de que el costo le era tan alto que por un leve momento pidió al Padre si tal vez habría una manera distinta de cumplir con sus propósitos. El hecho de que no lo había lo llevó en definitiva a aceptarlo y a asumirlo. Y es que allí está precisamente el asunto, el hacer la voluntad de Dios significa que no hay otra manera de hacer las cosas para cumplir con los propósitos del Padre. No se trata de un capricho suyo, no es que quiere hacernos la vida difícil, es que sencillamente no existe otra forma sino únicamente aquella que nos lleva a despojarnos de todo y de llegar a la absoluta negación.
Hacer la voluntad de Dios es difícil, sin embargo siempre será agradable, buena y perfecta. Gracias sean dadas a Dios porque su GRACIA nos fortalece para toda obediencia.
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