“Alimenten a los hambrientos y ayuden a los que están en apuros. Entonces su luz resplandecerá desde la oscuridad, y la oscuridad que los rodea será tan radiante como el mediodía. El Señor los guiará continuamente, les dará agua cuando tengan sed y restaurará sus fuerzas. Serán como un huerto bien regado, como un manantial que nunca se seca.” (Is.58:10-11).
No se puede ayudar a los necesitados sin que esto no signifique un costo. Tienes que gastar lo que sea necesario para poder hacerlo. Como afirma nuestro devocional de hoy, “la misericordia que no cuesta mucho no vale mucho”.
La cuestión es que es aquí en donde termina nuestras buenas intenciones de ayudar al necesitado. Y lo lamentable es que no seguimos adelante no porque no tengamos sino por esa mezquindad y egoísmo que parecen ser propios del género humano. Si prestamos atención a lo que tenemos en casa o al sueldo que ganamos no podríamos afirmar sin sentir vergüenza alguna que no podemos hacer algo para contribuir con el buen vivir de las personas necesitadas. Es increíble lo que le podría sucederle a nuestro mundo si algo como esto pasara.
Dios quiere que hagamos esto no como una política de Estado sino como algo muy propio. Este es el llamado que le hace a Israel y busca despertarlos en esta práctica haciéndoles saber que la bendición de Dios está vinculada al alimentar al hambriento y al ayudar a los que están en apuros. Aunque esta es una maravillosa promesa, que no sea el interés utilitario quien nos lleve a tal noble tarea, en realidad un corazón así lo desprestigia.
Empieza con los tuyos. Enseñémosle a guardar para dar, incluso también a despojarse para hacerlo. Si hemos de dar, nos ha de costar.
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