Hechos 1:1-11
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (v.8)
Necesitamos poder. Lo necesitamos a causa de la tarea que tenemos: ser testigos. Siguiendo las indicaciones del Señor, la iglesia debía de ser testigo en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Los primeros respondieron a la tarea y lo fueron hasta lo último de la tierra que les tocó vivir, nosotros… aún tenemos nuestra tarea pendiente.
Jesús le prometió el poder del Espíritu Santo y se los entregó. A lo largo de los primeros siglos se ve el enorme avance de la iglesia a partir de la dependencia del poder del Espíritu Santo. Ante un mundo hostil el Espíritu les dio denuedo y señales a fin de que el evangelio penetrara en el corazón de los hombres en una sociedad alentada a una animadversión hace el mensaje de Cristo. Emperadores despiadados, leyes que la marginaron, el pensamiento de la época, y aun la muerte que se levantaron contra el poder del Espíritu Santo no impidieron su victoria y en medio de todo ello la iglesia siguiendo siendo fiel a su llamado: ser testigos de Cristo.
¡Poder del Espíritu Santo! La iglesia lo debe reconocer. No hay posibilidades para la iglesia si dejamos de lado nuestra dependencia del Espíritu Santo. Ni el humanismo sea secular o religioso nos dará la respuesta y el vigor para salir adelante en medio de este mundo que cada vez se parece más al contexto en que empezó a surgir el mensaje de Cristo. Hoy, más que nunca se hacen oportunas las palabras del Señor: “Esperen, no hagan nada hasta que haya venido sobre ustedes el Espíritu Santo”. No, no me entienda mal, el Espíritu ya llegó, pero no cometamos el error de ser testigos de Cristo sin el poder del Espíritu Santo.
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