jueves, 14 de julio de 2016

DEBILIDAD

“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses” (v.17).

Hombres comunes y corrientes, con sus debilidades y angustias, con luchas y dilemas éticos similares a los nuestros; son los personajes de los que nos hablan las Escrituras. Así fueron los hombres que decidieron caminar con Dios, cuyas vidas no nos revelan perfección pero sí un compromiso sincero de fe y obediencia. De hecho los mismos relatos bíblicos nos impiden sublimar sus vidas mostrándonos sus fallas a fin de que no pensemos de ellos más de la cuenta. Así lo afirma Santiago cuando al referirse a Elías dice que “era un hombre con debilidades como las nuestras” (NVI).
Tomar en consideración esto es importante para nosotros porque no somos precisamente tolerantes con nuestras debilidades. Somos de los que cuestionamos nuestros fracasos y nos traen culpa y frustración. Queremos ser un producto terminado cuando en realidad no es algo que lograremos aquí (1 Jn.3:2), pero a su vez olvidamos que es Dios quien nos ve como materia acabada al otorgarnos esta gracia, de allí que Pablo define a Abraham como padre de la fe a pesar de llevar una vida llena de debilidades (Ro.4:17-23).
Aceptemos pues tal condición, pero que ella sea para llevar a cabo nuestra salvación con temor y temblor (Fil.2:12) y no como un pretexto para que el pecado tome dominio sobre nosotros. Que nuestra debilidad sea para depender de la gracia de Dios “a fin de que el poder de Dios se perfeccione en nuestra debilidad” (2 Cor.12:9).

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