“El siervo se postró delante de él. “Tenga paciencia conmigo —le rogó—, y se lo pagaré todo.” El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad” (vv.26-27).
Qué desesperante debió de haber sido la situación del siervo que fue llamado a saldar la deuda que tenía con su señor. Había prestado dinero al rey, el cual generosamente le había entregado una suma exorbitante y ahora venía el tiempo de devolverla. Al ser llamado iba pensando en lo peor ya que todo ese dinero se había gastado y no tenía posibilidad alguna de restituirlo. Sabía que su señor tenía la potestad para buscar la manera de hacer que el dinero vuelva a sus manos y que unas de esas posibilidades era venderlo a él y a toda su familia a fin de compensar de alguna manera la perdida. Y tras decirle que no tenía el dinero para devolver eso fue lo que precisamente escuchó y sintiendo este gran peso producido por la condición futura, entonces se postró y rogó pidiendo paciencia para que le sea extendido el plazo para pagarlo todo. ¿Podría? No, la suma era inmensa, no podría pagar jamás la deuda, pero el asunto era evitar perder la libertad. Sin embargo, lo increíble sucedió, lo inesperado, el rey le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. ¡Qué….! ¿Había escuchado bien? Cuando se vio libre y probablemente con una carta que le decía deuda saldada, entonces ya en la calle recuperó el aliento y obviamente también su vida. Deuda imposible de pagar… deuda saldada por el mismo acreedor.
Lamentablemente la historia contada por el Señor terminó mal, hasta aquí toda la belleza ocurrida dentro de la parábola. Esta parte sin embargo es suficiente para permitirnos ver la obra de Dios en favor de la humanidad. Él es el acreedor que llama a todo hombre a pagar su deuda, nosotros somos los que vamos delante de él para decirle: “señor no tenemos con que pagarte, ten paciencia”. Y es que no hay nada que podamos hacer para saldar nuestra cuenta, el pecado ha producido en nosotros tal deuda que no podemos pagarla; entonces solamente nos espera el infierno. Pero, mira, eso es precisamente lo que Dios no hace pues asume la deuda por nosotros y nos perdona y da libertad (Col.2:13-14) y no sólo eso sino que derrama sus bendiciones a fin de que podamos llevar una verdadera vida (Jn.10:10b). ¡El acreedor ha pagado nuestra deuda y aun nos bendice! … ¡Necesitamos algo más! Vivamos una vida de gratitud por todo esto…¡Cómo no hacerlo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario