Santiago 3:13-18
“Donde hay envidias y ambiciones egoístas, también habrá desorden y toda clase de maldad” (v.16).
Envidia, ese “sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee”. También, “el deseo de hacer o tener lo que otra persona tiene”. ¿Qué de malo hay en desear hacer lo que otro hace, o de tener lo ellos tienen? ¡Ya la pregunta suena fuera de lugar!
La envidia genera una motivación inapropiada para realizar las cosas, como tal ella envenena nuestro corazón generando desorden y toda clase de maldad. Además ella en sí misma revela ambiciones egoístas ya que por lo general la persona envidiosa busca notoriedad, es decir atraer la atención de los demás hacia uno mismo. El envidioso mira a los demás y dice: “yo podría hacerlo mucho mejor que ellos”, o “él logró esto, pero yo hice esto otro”. Definitivamente su motivación es incorrecta y si no pone coto a esta situación, su ritmo de vida girará siempre sobre sí mismo.
¿Entiendes ahora porque debemos de cuidarnos de la envidia? No podemos mirar a Dios y él no será el motivo de nuestras acciones si la envidia llena nuestro corazón. Necesitamos echarla de nosotros porque no nos permitirá realizarnos como hijos de Dios. Si no la resistimos nos quedaremos sin una correcta relación con Dios, tampoco la podremos tener con los demás, pero lo penoso es que tampoco lo tendremos con nosotros mismos pues nos robará la paz.
LA DECISIÓN DE HOY: ¡Escapa de la envidia… cuídate de ella!
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