“A nosotros no nos interesa lo que se puede ver, sino lo que no se puede ver, porque lo que se puede ver, sólo dura poco tiempo. En cambio, lo que no se puede ver, dura para siempre” (v.18).
Debemos acostumbrarnos a ver lo invisible, lo que no se puede ver. Sin embargo, que difícil puede resultarnos esto, cuando como afirma el apóstol somos de barro y pasamos por momentos de tribulación, de apuros, de persecución y aun de derribo (vv.9-10).
¿Debería ser lo anterior un obstáculo para hacer que nuestra mirada se concentre en lo temporal? Pablo sostiene que no, que aunque vivimos con esta realidad, existe otra de la cual participamos y que inclusive se la impone, debido a ello si bien nuestro cuerpo exterior se va desgastando, el interior (el espiritual) se va renovando día a día. Todo esto colabora para que dejando la temporalidad nos ocupemos de lo que no vemos.
Pero, ¿por qué es necesario ocuparnos de lo que no vemos? La razón está en el hecho de que nuestra casa está allí. Este reconocimiento hace que tengamos una nueva perspectiva sobre la vida presente; nuestras metas cambian, las prioridades cambian, incluso hasta nuestro enfoque sobre la muerte cambia porque lo asumimos con la ilusión de ir a casa.
Reflexionar sobre el hecho de que estamos camino a casa, una casa eterna, lo cambia todo. Surge una nueva actitud sobre la vida presente, a su vez que una esperanza que nos alienta y alimenta en nuestro trajinar diario. Así que cada vez que nos sintamos atascados por lo temporal, recordemos que debemos poner nuestra mirada en lo que no se ve, allí donde está nuestra casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario