miércoles, 7 de septiembre de 2016

UNA VIDA CON SENTIDO

“Recuerda lo breve que es mi vida, ¡qué vacía e inútil es la existencia humana! Nadie puede vivir para siempre: todos morirán; nadie puede escapar del poder de la tumba” (vv.47-48).

Alguien estando en el cementerio mirando en dirección de las lápidas le decía a otra persona: “lo común en todas ellas es que señalan una fecha de nacimiento y una de muerte, pero además hay una raya en medio de ambas que es precisamente lo que hace la diferencia entre la vida de un hombre y de otro”. Lo común es que todos los hombres nacemos y morimos, la diferencia está en el rumbo que ha tomado nuestra vida en ese lapso.
Para el salmista la vida solamente tiene sentido si ésta se relaciona con las promesas de Dios. Tras mencionar el Pacto de Dios hecho con David y su descendencia, y señalar el carácter de Dios por el que es imposible que mienta, nuestro autor levanta su voz para que las palabras de Dios se hagan realidad en su tiempo y en su vida. ¿Es que acaso ha fallado Dios? No, pero a él le ha tocado vivir la etapa más difícil del Pacto de Dios ha David, aquella que señalaba que si los hijos de David abandonaban a Dios, éste los castigaría severamente (v.32). Ahora en tal condición él se toma de la otra parte de la promesa de Dios que afirmaba que no quitaría su misericordia y no olvidaría su pacto (v.33). 
Quizá resulte confuso relacionar lo anterior con el sentido de la vida, pero lo cierto es que solamente en Dios y sus promesas están nuestros fundamentos para una vida plena. No siempre la vida es cuesta abajo con hermosos paisajes, lo es también con quebradas y pendientes y allí en la soledad del desierto inclemente. Cuando estemos allí necesitamos aferrarnos al hecho que también en esos inhóspitos lugares nos alcanzará las promesas de Dios para darle sentido a nuestra vida. Incluso en esas ironías que nos entrega el Padre, nos daremos cuenta que es allí en donde entenderemos en qué consiste la vida. Por eso al considerar esto podemos terminar con la misma alabanza del salmista: “¡Bendito sea el Señor por siempre! Amén y Amén” (v.52)

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